lunes, 25 de julio de 2011

Escapada


Unas pedaladas a media mañana me dejaron bajo el Sol siguiendo la hilera de coches que, cual rebaño, se dirigen en verano desde la ciudad a sus apartamentos de retiro. Una maraña de humo, calor y sequedad intentaba retenerme por la espalda a cada metro que recorría en la dirección contraria. Un lamento ronco de motores en plena efervescencia se desvanecía tras de mí... y poco a poco se fue haciendo el silencio, sólo roto por el ronroneo de las hojas de los árboles al sentir las caricias del viento.
A media hora del hogar encontré mi otra casa, en la que las monotonías, las rutinas, el estrés y el insomnio tienen la puerta cerrada. El sitio donde sólo puedes entrar si quieres descansar, relajarte y estás predispuesto a sonreir. Allá donde leer no quiere decir estudiar, donde arreglar algo no significa trabajar, allá donde dormir equivale a descansar...allá donde pasar frío sabe a horas de juego bajo el agua.
Tan cerca pero a veces tan lejos, las vicisitudes del día a día hacen que me olvide de que, alzando la mirada un poco, mi oasis particular está esperándome.

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